Saturday, May 04, 2013
"Vó sabé bocha de lo egicio!"
Los conceptos religiosos y funerarios ya presentes desde el
Imperio Antiguo y manifestados en los Textos
de las pirámides desembocaron en la concepción teológica que marcó el
destino final de los faraones del Imperio Nuevo.
El rey difunto se une con el creador, Re, para acompañarlo
en su ciclo solar.
Por otra parte, el rey, designado como Osiris, está asociado
a este dios que, según el mito, murió dos para renacer de nuevo.
El Sol que nace cada mañana rebosante de vida y vigor es el
escarabajo Khepri; al mediodía, cuando el Sol se encuentra en su cénit, adopta
la forma de Re Horakhty, el dios halcón, para acto seguido iniciar su declive
hacia Occidente, donde se transforma en el carnero Atum.
Progresivamente va perdiendo fuerza y luminosidad hasta
confundirse, ya en su ocaso, con las tinieblas de la noche.
Se trata de una muerte anunciada, pero que conlleva la
esperanza de un renacimiento al inicio del nuevo día. El declive del Sol, su
desaparición por Occidente y su salida en las primeras horas del alba siguiente
se asimilan a la muerte, que tan sólo es aparente, y al renacimiento del astro.
De este modo, el misterioso viaje nocturno del Sol aparece
como una gestación en las entrañas de la tierra, por cuyo horizonte occidental
se ocultó.
Con ello, el Sol sigue un destino parecido al de Osiris, al
cual se asocia durante su periplo por el inframundo.
Siguiendo esta misma pauta, la casa de eternidad del monarca
se recrea como una serie de pasillos y
cámaras que desembocan en la sala donde se ubica el sarcófago.
Cámaras que constituyen el misterioso crisol donde tienen
lugar las sutiles metamorfosis del soberano difunto hasta su transformación
última: la absoluta fusión con el mismo Sol.
El fuego del infierno
Junto a las procesiones, desde el valle del Nilo nos han
llegado algunas representaciones que hoy consideramos por completo cristianas,
como la del infierno en llamas, donde se queman y son sometidas a suplicio las
almas de los condenados a pasar la eternidad en las calderas de Pedro Botero
por no haber pasado el juicio de Dios ( cuyo referente muy bien pudiera ser el
juicio de Osiris ).
Unos tormentos que encontramos ya en el "Himno
caníbal" de los Textos de las
pirámides, donde se dice que los cuerpos de los dioses serán cocinados en
calderos "crepusculares".
En el Libro de las
cavernas, que decora las paredes de algunas tumbas del Valle de los Reyes,
los enemigos aparecen atados y decapitados boca abajo, mientras se les arranca
el corazón con afilados cuchillos en el Lugar de la Aniquilación; claro que
como castigo también se utilizan calderos puestos al fuego, donde se cuecen su
carne, su sombra y su ba ( su
personalidad, una noción semejante a la del alma ).
Toda esta iconografía religiosa nos ha llegado, con
seguridad, por medio de los coptos, que formaron en el valle del Nilo una de
las primeras y más asentadas congregaciones cristianas del mundo antiguo.
Sus anacoretas solían utilizar como residencia las tumbas
faraónicas y sin duda se sintieron inspirados por la decoración de éstas, cutas
escenas acabaron incorporando a su pensamiento, del que pasaron al nuestro.
Junto a estas imágenes del castigo de los infiernos, los coptos
también nos legaron la imagen de la Virgen y el Niño: una estatua en la cual
una mujer sedente acomoda en su regazo a su hijo, que se sienta en él como si
las piernas de su madre fueran un escaño.
Una forma de representar a una reina y su hijo que vemos por
primera vez en una estatuilla del faraón Pepi II y su madre ( dinastía VI ),
convertida después en el modelo más habitual de representación de Isis y Horus.
No fueron los siriopalestinos los únicos influidos por la
fortaleza cultural de los egipcios. Los propios griegos se reconocían deudores
de la civilización faraónica , a la que consideraban la primera y más antigua
del mundo, cuyos conocimientos superaban a los de todas las demás.
Por este motivo fueron muchos los helenos de buena familia
que marcharon al valle de Nilo para profundizar sus estudios.
En su Isis y Osiris ( 354 E )Plutarco proporciona una
pequeña lista de los personajes griegos que se formaron en Egipto: Solón, Tales, Platón, Eudoxo, Pitágoras y Licurgo.
De Platón, por ejemplo, sabemos que pasó varios años en
Egipto antes de fundar su academia en Atenas.
Como en ella estuvo estudiando Sócrates durante veinte años,
y dada la tremenda influencia de ambos filósofos en el pensamiento occidental,
no cabe duda de que los griegos han tenido mucho que ver en que algunos
aspectos del pensamiento egipcio hayan llegado hasta nosotros .
Como vemos, son muchas cosas las que nos siguen uniendo aún
al mundo faraónico.
"HISTORIA
National Geographic: Egipto, tierra de Faraones."