Saturday, June 07, 2008

 

Breve historia de mi amor por los gatos ( OSVALDO SORIANO )



Hace unos dias, en una biblioteca pública en la Place Gambetta, encontré un grueso volumen titulado “Historia política y social del gato”. Como los gatos me han acompañado toda la vida, yo creía conocerlos bien. Es más, en mis novelas hay, siempre, la sombra de un gato que me sirve de amuleto. Pues no; en ese libro se encuentran cosas que todo el mundo debería saber antes de tirar un cascote contra la única obra maestra que le salió a Dios.


Para decidirme a escribir estas líneas, acaban de aparecer en Francia tres libros que los tienen como protagonistas: La proie du chat ( La presa del gato ), de Patricia Highsmith; Le chat dans tous ses etats ( El gato en todos sus estados ), de Jean-Louis Hue y Le chat qui parlait malgré lui ( El gato que hablaba a pesar suyo ), de Claude Roy.
Además, un investigador de Marsella ha publicado un trabajo en el que deja constancia de que el gato tiene tanto olfato como una gallina bataraza y que, para compensar, el felino tiene un oído capaz de percibir el paseo de una laucha o el movimiento de una hoja acariciada por el viento a veinticinco metros a la redonda. Y eso dormido. El hombre dice, también, que el ronronéo no siempre quiere decir que el gato está contento: a veces significa nerviosismo, bronca y tantas cosas más. Ahora bien, cuando mueve la cola, ojo, está perdiendo la paciencia y avisa.
Según el informe, el gato tiene en su pequeña cabeza una especie de computadora que puede ponerse a prueba. Usted se le acerca cuando duerme y hace un ruido que el animal no haya oído jamás. Se despierta, mira, investiga para saber qué pasa y se vuelve a dormir. Mañana usted le hace el mismo ruido y el gato ni se mosquea. Ya almacenó el dato: usted es un cretino que está haciendo pruebas con él y no se dejará sorprender dos veces.
El gato es, ante todo, un maestro del terreno que ocupa y en el que va a cumplir su mas alto designio en la vida: dormir entre 16 y 18 horas por día.
Un mueble desplazado, un objeto nuevo, son para él, campo de investigación minuciosa y desconfiada. Siente toda ruptura del orden como sospechosa. No es que asuma una actitud militar: una gato jamás ataca, pero nada lo hace sentirse más seguro que una buena organización defensiva. Una laucha es alimento o juguete; su sadísmo es el de los niños porque, como ellos, no ha definido los conceptos del bien y del mal. Una rata, en cambio, es un enemigo en potencia.
Cuando tenía 20 años presencié una batalla entre mi gato de entonces y una rata que parecía una bolsa de cemento. Hubo dos horas de escaramuzas a primera sangre. La rata, parada en dos patas y la espalda contra la pared, lanzaba tarascones de cocodrilo, pero más rápidos. El gato, los pelos como si hubiera metido la cola en el enchufe, sacaba unas garras de tres cent{imetros y amagaba con una mano como el gran Nicolino Locche, y tiraba la otra de arriba hacía abajo para evitar el mordicón. Diente contra uña, el asunto fue empate agotador y mi viejo tuvo que intervenir tocando la rata con un palo de escoba. Bastó que el movimiento desviara un instante su atención para que el gato le saltara al cogote. Orgulloso como un faisán, paseó el cadáver del enemigo por todo el barrio, cosechando aplausos y recelo.

HUMILLADO Y OFENDIDO

Cuando una gato tira un objeto al suelo no lo hace por descuido o error de cálculo. Lo hacea propósito, y ese detalle- el valor del objeto lo tiene sin cuidado-es parte de su lenguaje. Reclama o reprocha algo, pero siempre es imposible saber de qué se trata cuando ha comido bien. Como escribe Cortázar, los gatos son telefonos, alguien que llama sin obtener respuesta a ese lenguaje que, por falta de grandeza, llamamos misterioso.
El gato es enemigo del perro solo en los dibujos animados, en el cómodo esquema de”sentimientos” que nosotros le otorgamos. La verdad es que un perro lo persigue como perseguiría a una liebre o a un cuis y, más que enemistad, el gato le dedica indiferencia.
Un gato no puede ser maltratado impunemente. La respuesta adecuada llegará tarde o temprano. Un amigo que vino a pasar tres días a casa, avisó de entrada su antipatía por los gatos. Hasta ahí, nada de anormal. Cuando estábamos comiendo, el Negro Vení (así se llama) saltó arriba de la mesa y quiso saber de qué estaba hecha la cena. Mi amigo cometió un error grosero: de un manotazo agresivo lo tiró al suelo. Como no está acostumbrado a tanta intolerancia, cayó mal y se golpeó contra una silla. Cuando un gato se siente humillado es mejor ponerse a salvo. Esa noche, mientras mi amigo dormía y yo trabajaba, el Negro veló pacientemente su sueño junto a la puerta abierta. A las tres de la mañana, cuando presté atención, subió sigiloso sobre el estómago de nuestro húsped, me miró como diciendo”son cosas mías” y lo meó copiosamente.
Nunca lo había hecho, nunca volvió a hacerlo. Perdí un amigo que grita a los cuatro vientos que es peligroso venir a mi casa, pero los gatos ya hacían eso en el tiempo de las pirámides de Egipto y no hay manera de quitarles el gusto de la venganza...

INQUISICION Y MALARIA

En la Edad Media un gato llegó a costar tanto como un coche tirado por dos caballos. En Francia, una ley aún no derogada, obligaba a incluirlo en el inventario de bienes.
Si el gato llegó a ser un bien mas preciado que la doncella, fue a causa de las epidémias. Las ratas que asolaban las grandes villas de la época, transmitían la peste como el metal transmite el calor. La presencia majestuosa del gato tenía la virtud de mantener los roedores lejos de las habitaciones y, sobre todo, de la cocina. Tener gato propio , en esa época, era lujo de gran burgués; el felino, perseguído por la Inquisición, escaseaba. Para conseguirlo había que ir a los puertos del sur, donde los barcos que venían del Africa musulmana traían las bodegas repletas.
Es fácil imaginarse que el poseedor de semejante vacuna contra la peste la cuidaría como a un hijo. Muchos intentaban la reproducción, pero la aventura tenía sus riesgos:contactar a un vecino poseedor de hembra significaba pagar un derecho al acoplamiento, transportar el animal de noche bajo la capa y arriesgar el amullido delator. Esperar pacientemente, al fin, que hubiera metejón y fuese el día justo para que el demonio fecundara sus apóstoles malditos.
Encima, los domingos, el cura advertía desde el púlpito contra la presencia del Diablo, tan reconocible en los ojos del animal. Por supuesto, el sacerdote no se privaba de tener el suyo en la sacristía, lo que hacía que la peste volteara menos a los sacerdotes de la Iglesia Católica que a otros hijos de vecino. La rata, se sabe, prefiere evitar la pelea si puede ir a buscar alimento a otra parte. Los pobres protegían las cunas con perros-casi siempre contaminados-; los ricos aprendieron pronto que un gato proteje al bebé, le sirve de juguete y tolera cualquier maldad porque sabe hacer la diferencia entre la mala leche y la inocencia.
Sin embargo, los gatos se las arreglaban para juntarse y hacer de las suyas. La reproducción, pese al celo del dueño, empezaba su ciclo más o menos natural y los enviados de Lucifer ganaban en banda techos y sótanos. Alarmada, la Iglesia lanzaba entonces cacerías de las que participaban los mejores hijos de la ciudad. Los gatos se refugiaban en los barrios bajos, donde la guardia no entraba sin recibir la orden a gritos. Al menos una vez al año, en medio de borracheras y música, las ciudades se purificaban de sus malos espíritus y los gatos, como Juana de Arco, iban a la hoguera.

LUCIFER EN EL PARAISO

Terminado el auto da fe, el ciclo recomenzaba. Otra vez a correr a los puertos, a apalabrar revendedores, a pasar la consigna secreta en la misa o en la ópera. El color tenía poca importancia: solo los blancos eran despreciados y entregados al cura para el sacrificio como signo de buena voluntad. Cualquiera sabe que un gato de albañal blanco, cuando no tiene ni una sola, {infima mancha de color, es un animal enfermo e inútil.
El rito salvaje duró, en Bélgica, hasta fines del siglo pasado. Aún hoy, Bruselas es la ciudad más hostil que un gato pueda conocer. Hasta 1895, en las fiestas de la suntuosa Grande Place, la gente se divertía lanzando gatos desde las ventanas altas para verlos caer de pie, las patas quebradas, aullando hasta que los muchachones los remataban a golpes en medio de la algarabía popular.
Quizá por eso, los belgas, que adoran a los perros, evitan pasearse por Roma, la mejor ciudad del Occidente para los gatos. Si los italianos dicen no tener nada contra los perros, es evidente que para ellos un gato es sagrado. Cualquiera que se haya paseado por Roma en primavera o en verano los habrá visto durmiendo sobre los techos de los coches estacionados, o descansando en la vereda, como uruguayos con el mate.
Los habitantes de las ruínas imperiales son mimados como las palomas de Venecia. Su alimento cotidiano está asegurado. A horas precisas, decenas de empleados municipales distribuyen raciones como si se tratara de cuidar una tropa preparada para el asalto final. Miguel Angel García me ha llevado al Lago Arenula al caer la tarde para que viera la llegada del camariere que reparte la cena mientras los gatos se presentan en un orden perfecto, como si conocieran la consigna de memoria.
Aquí en Francia, donde las simpatías de la población se reparten entre perros, gatos y pájaros exóticos, acaba de fundarse L’Ecole du chat. Se trata de un comité de defensa que emitió una Declaración de Derechos del Gato Libre compuesta de siete puntos.
La experiencia, que se extiende a varios parques de la ciudad, nació en el cementerio de Montmartre, donde descansan los restos de tantas glorias de Francia (allí, hace un año, Roberto Cossa, Marta y yo, encontramos un soberbio gato que dormía a sus anchas sobre la florida tumba de Emile Zola). La”escuela”ha efectuado un censo de todos los gatos que erraban entre tumbas y bóvedas y procedió a su esterilización. En los parques del cementerio se construyeron casillas para abrigarlos mejor y se delimitaron zonas para darles de comer. Cada gato tiene un numero de identidad grabado en la oreja derecha y, en la izquierda, una estrella que indica su condición de animal libre protegido por la ley. Un cartel advierte que quien maltrate a un gato se hará pasible de una multa de 600 a 6.000 francos y una pena de uno a seis meses de prisión. El gato es, al fin, declarado “protector de la naturaleza”.
Michel Cambazard, fundador y presidente de la asociación, ha escrito un panfleto que protesta contra las 20 mil víctimas que cada año los investigadores inmolan en aras de la ciencia. Hasta ahora, la intervención de la Sociedad Protectora de Animales no ha podido detener la masacre de animales de laboratorio.
No obstante, la calidad de la vida del gato parisino supera, hoy, a la de millones de seres humanos en otros rincones del mundo. “Los viejos gatos que ya no tienen dientes terminarán sus días en una casa de reposo y las madres contarán con ayuda en el parto”, indica Cambazard, y agrega:”crear un gato libre sale más bárato que exterminar un gato callejero”.

CUORE D’ALTRI NON E SIMILE AL TUO

También en Estambul y en Bangkok los gatos son soberanos, lo que habla bien de esos pueblos. Baudelaire recomendaba desconfiar de la gente que no quiere a los gatos. Porque hay una bronca al felino que no ha desaparecido. Aún hoy, Sanz de Robles conserva, en su diccionario español, la palabra gato, como sinónimo de ladrón. Joan Corominas, en su Etimológico, indica que la palabra mojigato, escrita por primera vez en 1611, se aplica a la persona “astuta y traicionera como el animal”.
Me parece más adecuada la reflexión de jean-Louis Hue en El gato en todos sus estados (él)”muestra la imagen saludable de un mundo en que los verdaderos conquistadores se quedan en la cama”. Perfecta imagen del dormilón al que hay que darle todo sin pedirle nada...
Me hubiera gustado hablar de la relación del gato con la música. Quisiera evocar el gato de Hemingway, la Taki de Chandler, la Flanelle de Cortázar, la Margarita de Roberto Cossa, Filippa y Gregoria de Trillo, el Poe de Miguel Angel García, el gato que salvó la vida a Thomas Alva Edison y el extraviado que recorrió tres mil kilometros en estados Unidos para volver a la casa de sus dueños. Quisiera rendir homenaje a un gato negro que me trajo la buena noticia en la calle mario Bravo; al Negro Vení, que no sabe si terminará sus días en París o en Buenos Aires. Me gustaría retomar esa vieja historia de alto mérito: no se conoce manera de adietrar gatos de policías y los aduaneros de New York que quisieron usar sus oídos como detectores se llevaron un chasco: los gatos inmovilizaron las orejas y mostraron que no nacieron para alcahuetes.
También están los poemas de Baudelaire, escritos cinco mil años después de que fueran a enamorar a los egipcios. Y otra buena razón para que yo escriba esta crónica: en italiano, soriano es el nombre que se dá a ciertos gatos callejeros que, me dijo Italo Calvino, vienen de Génova. Me gusta ir a Italia y oír que alguien me dice por centésima vez “ahí cruza un soriano”. Hace poco, Giovanni Arpino me anotó un verso del Iride, de Eugenio Montale:
Cuore d’altri non e simile al tuo la lince non somiglia al bel soriano che apposta l’uccello mosca sull’alloro.
Desde entonces me digo que un día de éstos voy a escribir, yo también, una historia de gatos. Me prometí que lo voy a hacer, pero antes tengo que hincarle el diente a la laucha que anda por la cocina mientras yo pierdo tiempo con la máquina de escribir.





Este relato lo saqué de la revista Superhumor n°21 Octubre 1982 con Andrés Cascioli de Director Editorial y Carlos Trillo de Director. En ella, el querido gordo marplatense e hincha del cuervo, desde su forzado exilio en Paris, escribió estas hermosas historias gatunas, que para mí, es un honor mostrarlo, difundirlo e incluirlo al blog. Sé que en el cielo de los gatos, tiene un lugar privilegiado...

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